Como todos los profesores de Canarias, y supongo que de toda España, he pasado estos días por el trance de elaborar la programación didáctica de las asignaturas de mi departamento, a saber Griego I y Griego II de bachillerato. He recibido instrucciones de seguir las indicaciones del nuevo Reglamento Orgánico de Centros y me he puesto de manera aplicada a hacer la tarea.
Al final creo que he rellenado unos cuantos folios en los que recojo cada uno de los apartados que debe contemplar una programación de acuerdo con la normativa. Pero no me siento reflejada en absoluto en ese documento.
Puede que tras veintitrés años como profesora cada vez me crea menos lo que ponen los papeles y cada vez preste más atención a lo que pasa en el aula. Me parece que lo único cierto en educación es que el aprendizaje no puede diseñarse, sólo se puede facilitar o frustar. (Wenger). Por otra parte, si todo estuviera previsto en la programación, ¿qué sentido tiene evaluar? Evalúo para poder tomar decisiones que faciliten el aprendizaje. Y esas decisiones no las tengo que imponer yo, deben ser compartidas con los alumnos o si no falseo todo el proceso: impongo una visión del mundo desde mi materia, no doy oportunidades a un aprendizaje real. No, ese no es mi trabajo.
El hecho de dar clases a adultos y en enseñanza a distancia me ha reforzado en esta convicción. Al contrario de lo que se piensa, lo último que necesitan los adultos para aprender son documentos cerrados, muy estructurados donde todo esta previsto y organizado paso a paso. En realidad, nada hay más diverso que el aprendizaje adulto, puesto que las circunstancias de nuestros estudiantes están en continuo cambio. Mientras que se supone que el joven o adolescente tiene como principal dedicación la de asistir a clase y estudiar, en el adulto se da una tensión continua entre la vida personal, las obligaciones laborales y familiares y el mundo académico que le llega a través de la educación a distancia. Personalmente me resulta muy interesante entrar en esta dinámica como un agente facilitador del aprendizaje, no como una fuente de conocimiento que ofrece una serie de pruebas-obstáculos que el alumno debe superar para demostrar los conocimientos adquiridos.
De verdad que cada año lo intento: busco libros de texto que me permitan acercarme a mis asignaturas como lo que son: lenguas, vehículos de comunicación y además transmisores de la cultura que más influencia ha tenido en nuestro mundo occidental. A cambio, las editoriales me ofertan en general libros de textos muy estructurados para la adquisición de contenidos gramaticales, que más tarde o más temprano me resultan demasiado ambiciosos para los conocimientos reales y las posibilidades de los alumnos que tengo delante.
Así que ante esta situación cada año voy probando aquello que mejor me viene para los alumnos: pocas veces repito lo que ya he hecho, picoteo de la cantidad de recursos que encuentro en la red... Posiblemente parezca disperso, pero lo que intento es que los alumnos mantengan vivo su interés por una asignatura a la que llegan a menudo por casulaidad. Es más, diría que mi verdadera ambición como profesora de clásicas es asegurar la pervivencia y trasmisión del legado clásico. Y eso sólo es posible si soy capaz o por lo menos intento crear una atmósfera de interés y curiosidad, fomentar que estas rarezas que parecen excentricidades jurásicas del sistema educativo sigan vivas como la herencia mejor conservada por la humanidad desde hace siglos. Los mármoles de los templos griegos se han agrietado. Apenas unos muros nos atestiguan la existencia de Troya. No tenemos una sola fibra de papiro del s. VIII a. C. Pero ahí están íntegras, inmensas e inagotables, como su mensaje perenne para nosotros la Ilíada y la Odisea. Por poner sólo dos ejemplos.
Pero ¿a ustedes, compañeros, profesores, no les pasa igual? ¿No tienen esta sensación de que la programación de alguna manera amordaza el verdadero sentido de la educación?... A lo mejor me estoy volviendo una anarquista peligrosa...